domingo, 23 de mayo de 2010

Recuerdos

Ahora solo tengo recuerdos.
Aquella tarde que se anidaba entre
tumultos de árboles perdidos, entre
espigas de nubes en el cielo y lejanos
sembríos.

Recuerdo tu cuerpo ávido del mío.
Como olvidarlo...

Las hierbas verdes retoñaban ojos
para contemplar tus encantos de mujer.
El viento quería ser participe de mis caricias
para sentir tus pechos de luna.
El sol quería emerger en mis pupilas para ver
tus ojos embriagados en placer.

Tan solo yo tenía derecho a tu piel de nácar.

Recuerdo tus labios de lava lloviendo sobre
mi cuello como cincel. Dejando espasmos,
pudor, tempestad, deseo.
Esparciendo semillas de ansiedad como un
terremoto voraz de dos cuerpos.
Por fin encontraba la fé que movía a los
ciegos.

Los grillos saltaban entre la leña muerta,
que incandecía con nuestros suspiros.
Nuestras bocas entonando un concierto de
placeres escondidos.

Recuerdo tu cintura desnuda, desnuda como
una manzana en el campo. Tan tersa como
cereza joven, tan suave para mi boca.

Tu crespa selva, humedecida en rocío,
desbordándose tu cauce entre mis manos.
Ahí volaban mariposas de rudo calor, bailando
en mis dedos el punto más sensible de tu
recóndita pasión.

Recuerdo tus muslos del color de la acacia.
Apretándome fuerte, como se aprieta un amanecer
entre dos montañas.

Tan delicados, tan hermosos, tan sedientos,
tan hambrientos.

Y tu mirada ya viajaba hasta el horizonte,
como gaviota en bandada.
Tu cuerpo me esperaba como el muelle a las
olas, como la ciudad espera la calma.

Nuestra carne ya se cocinaba entre besos y
caricias. Tus ojos de avellana contenían
océanos estrepitosos, tu boca de pétalos
tiritaba de placer.

Y fuiste mía, bajo el quieto atardecer de Quito.
Sobre el suave pasto de aquel pedazo de
paraíso, entre el canto de las flores y el
conversar de los árboles.

Tus uñas tatuaban "amor" sobre mi espalda. Las
caderas oscilaban con la brisa y con mi fuerza.
Yo te sentía mía y tú me sentías tuyo.

Teníamos el derecho de Dios para amarnos
y lo hicimos.

Y te sentía tan infinita como agua sobre la
playa. Tan tersa como baño de estrella, tan
deliciosa como fruta del Olimpo.

Las pieles se coloreaban con el rojo del vino,
los cuerpos retumbaban con la fuerza de mil truenos.
Los gemidos volaban con las alas de los vientos.

Y tu nombre explotaba en el dintel de mi boca, y mi
nombre llamabas con un huracán en tu voz. Y los dos
nos queríamos y nos adorabamos en ese instante
de excitante amor.

Una explosión de supernova se afloraba, tan inmensa,
tan brillante, tan endulzante, en el sembrío de nuestro
lecho.

Recuerdo mi cabeza descansando en tus hombros.
Mi cuerpo todavía inquilino de tus tierras. Mi corazón
más tuyo que antes.

Como olvidar aquella tarde contigo...

la fuerza de olvidarte

Sobre los cielos llenos de noche
ya no robo tu nombre para mi sueño.
He dejado de evocar tu sonrisa impresa
en el suave lino blanco de la luna,
que hoy se ennegrece, devorado por
el silencio que conlleva tu ausencia.

He desollado a las estrellas de su luz
para extinguir tus pupilas de mi mente,
desterrando tu mirada de avellana tierna
a suelos no fértiles, a rincones sin alma.

Ya no renuevo el rocío sobre las flores
moribundas de un austero jardín
de perfumes olvidados.
Donde el aroma de tu cuerpo se envinagro
en desconsuelo.

Llevo borrando las cicatrices de tus besos
desde el alba en que la fé se marchitó
de mis labios, cuando rogue por última vez
vida de tu boca.

Vestí de luto a mis sábanas blancas
que un día envolvieron nuestros cuerpos
mientras evaporaban amor y enmudecí
las paredes que en otros tiempos grabaron
entre concréto la melodía de nuestra pasión.

Entre mareas encadene con segundos venideros
a una razón para amarte.
Con las olas en mis mejillas renuncié
a la orilla que en otra vida fue nido de calma
para mi tullido corazón.

He desvanecido tus palabras
de juramento disfrazado que se escribían
en mi piel. Ya tus tintas se depuraron
con corrientes de mis lágrimas agonizadas
con tal fuerza, que no dejaron sendero
por el cual volver.

mi eterno tormento

Tú que te escribes con piel suturada
sobre mi cuerpo, tú que has enjambrado
nichos de desolación en el júbilo de mi corazón,
tú que te apagas y enciendes como llama
de cirio en el semblante de la noche.
¡A ti te condeno a ser mi eterno tormento!

Cuando baile el bronce gestado de un
fresco amanecer y el jazmín puro se rocíe
sobre el pomar cubierto en nuevo estío,
tú lloverás como cascada desde las nubes
sobre mis mejillas, sin saber si para mal o
para bien.

Cuando el cielo florezca con el color de la
guinda y el cenit se inflame con un racimo
de estrellas como el sésamo sobre el pan,
tú inundarás como mar bravo sobre el
horizonte de mis ojos, sin saber si con pena
o con felicidad.

Y ahí estarás, siempre eterna y universal.
Con tu sonrisa de centellante amatista, con tus
labios de pétalo rosa, con tu piel de blanca y
tersa nieve, con tus ojos de diamante y roble.
Asediándome de día y de noche, en la soledad
y en la compañía, en el sueño y en la realidad.

Tú que madrugas con la miel del alba en mi
vida, tú que te dibujas en los muros de mi alma
con hojas tiernas de enredadera, tú que guardas
nuestro amor en vainas de ámbar para que
en el tiempo no desaparezca.
¡A ti te condeno a ser mi eterno tormento!